El presente cuento está dedicado a mi hermana Araceli, para que los sufrimientos presentes le ayuden a fabricar una hermosa perla que le haga bellísima y muy valiosa a los ojos de Dios Nuestro Señor.
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La leyenda dice que las ostras son lágrimas de la Luna. Quizá la metáfora tenga algo de verdad, ya que las perlas son producto del dolor de una ostra.
Marina era una ostra que vivía en el fondo de los mares que bañan Tampico (México). No era un caracol. Marina era un animal de profundidad y como todas las de su raza, había buscado una roca del fondo marino para agarrarse firmemente a ella. Una vez que lo consiguió, creyó haber encontrado el lugar que le permitiría vivir sin contratiempos el resto de sus días.
Pero el Señor había puesto su mirada en Marina. Y todo lo que en su vida sucediera, tendría como gran responsable al mismo Dios. Porque Dios en su misterioso plan para ella, había decidido que Marina fuera valiosa. Ella simplemente había deseado ser feliz.
Y un día el Señor colocó en Marina un granito de arena. Fue durante una tormenta de profundidad; de esas que casi no provocan oleaje de superficie, pero que remueven el fondo de los océanos. Cuando el granito de arena entró en su existencia, Marina se cerró violentamente. Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida. Todo lo que entraba en su vida es atrapado, integrado y asimilado. Y si esto no es posible, se expulsaba hacia el exterior el objeto extraño.