Domingo XVII del T.O. (C) (24 julio 2022) + AUDIO
San Lucas 11: 1 - 13
Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.»
El Señor tenía la costumbre de orar todos los días. Ya fuera a altas horas de la noche, cuando había acabado su jornada; o bien de madrugada, antes de empezar a predicar, curar enfermos…
Tenemos que dedicar todos los días un tiempo a la oración. Por supuesto que no podrá ser cuando tengamos que cumplir con nuestros deberes cotidianos. Es por ello que tendremos que buscar todos los días un tiempo para nuestra oración. Si normalmente no lo buscamos es porque nos decimos a nosotros mismos: “¡La es verdad es que tengo tanto trabajo!”.
El tiempo dedicado a la oración no lo sacamos del tiempo que nos sobra. Una persona ocupada nunca tendrá tiempo que le sobre. Todo su día estará ocupado. Si realmente se da cuenta de la importancia de la oración, buscará ese tiempo; y por supuesto que lo encontrará. Del mismo modo que aunque estemos muy ocupados, todos los días hacemos tiempo para comer o descansar. Cuando seamos conscientes que necesitamos orar tanto como comer, entonces será cuando haremos tiempo para rezar.
El alma necesita alimento espiritual (la oración) del mismo modo que el cuerpo necesita alimento material. Si uno no come su cuerpo se debilita y enferma. Si uno no reza su alma se debilita y enferma. Será presa fácil de la tentación, la tristeza, el desánimo, la impaciencia, la soberbia, el mal carácter...
Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.»
Fue el Señor mismo quien nos enseñó cómo teníamos que rezar a Dios: con confianza (pues es nuestro amigo), con fe (pues es Todopoderoso) y con persistencia. Por supuesto que tendríamos que rezar todos los días, pues nos dice que cada día pidamos por “el pan de cada día”
Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.»
Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
El cristiano tiene la promesa de ser escuchado en su oración: “pedid y se os dará”. Ahora bien, el Señor no nos dice el cómo ni el cuándo. Lo que sí sabemos es que nuestra oración siempre será escuchada. El mismo Jesús fundamenta esa promesa en el hecho de que Dios es nuestro Padre bueno.
¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»
Homilía del P. Calos en Puntas de Calnegre (28 julio 2013)
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