Domingo XXIII T.O. (C) (4 septiembre 2022)
Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo:
El Señor tenía un tremendo poder de atracción sobre las personas. Su mismo rostro cautivaba, sus palabras conmovían. Era muy difícil escucharle y luego no sentirse obligado a tomar una decisión sería sobre la propia vida. El hablar del Señor esa claro, sencillo y muy directo; como vemos en las palabras de este evangelio.
-Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo.
A veces puede dar la impresión de que el Señor es un poco exagerado en sus condiciones; pero a decir verdad, es el único modo si deseamos seguirle realmente. Recordemos esas otras palabras donde dice: “No se puede servir a dos señores”. Si intentamos servir a dos señores, al final, no serviremos a ninguno.
Las condiciones que el Señor pone para seguirlo no son exageradas; es más bien que nuestro amor es muy pequeño. Cuando algo nos interesa mucho, no nos preocupan tanto los esfuerzos que tengamos que hacer para conseguirlo.
»Porque, ¿quién de vosotros, al querer edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos a ver si tiene para acabarla? No sea que, después de poner los cimientos y no poder acabar, todos los que lo vean empiecen a burlarse de él, y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar». ¿O qué rey, que sale a luchar contra otro rey, no se sienta antes a deliberar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando todavía está lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
Así pues, antes de darle una respuesta al Señor consideremos si estamos dispuestos a dejarlo todo para seguirle y nos hemos preparado adecuadamente para luchar contra el enemigo.
Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.
Esta puede ser la razón por la cual hoy día hay tan pocas personas que quieran seguir el camino de la entrega total al Señor. Los apegos materiales o psicológicos, el materialismo, nuestra falta de amor, nuestra mediocridad a la hora de vivir la fe, son algunos de los más grandes obstáculos que nos pueden apartar de nuestra vocación, robarnos la felicidad en esta vida, y al final, llevarnos a la condenación eterna.