Domingo VI de Pascua (C) (22 mayo 2022)
(Evangelio de San Juan 14: 23-29)
El evangelio de hoy nos sitúa en las palabras de despedida que Cristo proclamó durante la noche de la Última Cena. Ya había instituido la Eucaristía y el Sacerdocio. Nos había dado también el Mandamiento Nuevo. Ahora nos recuerda lo importante que es amarle a Él de verdad.
El que me ame: guardará mis palabras; será templo de Dios; recibirá el Espíritu Santo para enseñarle y recordarle todo lo que yo os he dicho; recibirá mi paz; nunca se perturbará o tendrá miedo, siempre estará alegre…
Cada una de estas frases es digna de ser meditada por separado y largamente.
“Guardar sus palabras”: como María, que conservaba todo en su corazón (Lc 2:51). Significa vivir de acuerdo a sus enseñanzas y mandatos. Seguir su voluntad en todo (Mt 6:9). Es condición previa para poder ser amado por Dios y recibir al Espíritu Santo (Jn 14:23; Rom 5:5)
“Ser templos de Dios”: es consecuencia de haber guardado sus palabras. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3:16). Si Dios habita en nosotros a través de su gracia, ¡cuánto cuidado hemos de tener de ese templo que somos nosotros!
El Espíritu Santo será nuestro guía: pues Él nos lo enseñará y recordará todo. La función del Espíritu Santo es esencial en la vida del cristiano. Es más, sin Él no tendríamos “vida”. El Espíritu Santo nos lo enseña y recuerda todo; pero además nos da sus dones y frutos (Gal 5:22-23), nos da consuelo (es el Paráclito) y pone el amor de Dios en nuestros corazones (no en vano Él es el amor de Dios) (Rom 5:5).
El que guarde sus palabras recibirá “su paz”. Que Él mismo se preocupa de decir que es totalmente diferente a la que ofrece el mundo. La paz para el mundo es la ausencia de guerras y malentendidos entre los hombres. La paz de Cristo es Él mismo (Ef 2:14).
Cuando tenemos la paz de Cristo en nuestros corazones ya pueden venir los problemas, preocupaciones y sufrimientos de la vida. Nuestro corazón nunca perderá la alegría (Jn 16:22), pues nuestra alegría viene y es Cristo. Él es la luz del cristiano y como consecuencia nunca andaremos en tinieblas.
Son todas estas, palabras de consuelo, esperanza y alegría para unos Apóstoles que se iban a ver privados de Jesús a las pocas horas (minutos después de la Última Cena comenzaría la Pasión del Señor). Son palabras de consuelo y alegría también para nosotros pues al igual que los Doce, también somos discípulos de Cristo.
Cuando tengamos que compartir en nuestra vida la cruz de Cristo (Lc 9:23), recordemos estas palabras de consuelo. Ellas nos devolverán la paz, la alegría y la esperanza.