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Un maravilloso regalo de Dios: La Unción de los Enfermos

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

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El primer regalo y uno de los más importantes que recibimos de Dios es la vida. Sin la vida no podríamos seguir gozando los demás regalos que vendrán después. Regalos como la familia, la filiación divina, la Eucaristía, la Virgen María…, y el último de todos, el cielo.

La vida consta de dos partes: una breve aquí en la tierra, y otra eterna cuando nuestros días en esta tierra hayan acabado. La vida aquí en la tierra tiene un objeto principal: demostrarle a Dios que le amamos a Él y a nuestro prójimo. Si así lo hacemos, el paso a la vida eterna será para gozar junto a Dios, María, los santos y los nuestros que allí se encuentren. Por el contrario, si durante esta vida le damos la espalda a Dios y sólo nos preocupamos de construirnos un gran paraíso terrenal, cuando llegue Dios a pedirnos cuentas encontrará que aquello para lo que Dios nos creó estaba sin hacer, y por lo tanto no nos podrá dar premio, sino castigo. Castigo que será para toda la eternidad.

Son pocas las personas que buscan realmente a Dios en esta vida. La gran mayoría creen en Dios, rezan, asisten a Misa los domingos…, pero se preocupan más de vivir “su vida” y “fabricarse su paraíso” que de amar a Dios sobre todas las cosas. Es por eso que a estas personas tampoco les espera un futuro muy halagüeño, sino más bien todo lo contrario. A no ser que cambien.

Como Dios conocía muy bien al hombre, instituyó dos sacramentos para ayudarnos mientras estamos en este mundo: uno la Confesión. Para arrepentirnos de nuestros pecados, ponernos de nuevo en paz con Dios y darnos una nueva oportunidad de enmendar el camino. Y el otro, la Unción de los Enfermos. Que es la última oportunidad que tenemos para hacer “las paces” con Dios y ser merecedores de ir a su Reino.

Estos dos sacramentos han caído prácticamente en desuso como consecuencia de un engaño del demonio.

Respecto a la Confesión, ya son pocas las personas que se confiesan; y aquellos que lo hacen, no lo suelen hacer con un corazón realmente humilde, sincero y arrepentido, por lo que no les vale para nada. Es así que pasan la mayor parte de su vida en estado de pecado mortal. Y si murieran sin arrepentirse de verdad les sobrevendría la ruina eterna.

Respecto a la Unción de los Enfermos, son pocas las personas que mueren habiéndola recibido. Cuando una persona mayor se enferma gravemente, los familiares se preocupan de llamar al médico, pero rara vez acuden al sacerdote. En esos momentos el médico a veces no puede hacer mucho, en cambio el sacerdote sí que puede. Sencillamente le puede poner en paz con Dios y abrirle las puertas del cielo. Por caridad cristiana hemos de llamar a los dos. ¿Pero de qué vale vivir un día más si luego, por no haber llamado al sacerdote, se va a morir separado de Dios y condenado para siempre? ¿No sería más lógico e inteligente llamar también al sacerdote para que ayudara al enfermo en ese trance final de la vida y prepararlo a bien morir?

Probablemente la persona enferma, precisamente por la gravedad de su proceso o por la edad tan avanzada, no pueda pedir que venga el sacerdote; pero los familiares tienen esa grave obligación. Al mismo tiempo es la mayor obra de caridad que pueden hacer y la mayor manifestación de amor que le pueden dar. Cuando llaman al sacerdote para que le dé al enfermo los últimos sacramentos lo que están haciendo en realidad es abrirle las puertas del cielo.

Así pues, si en alguna ocasión te encuentras en esa situación no pierdas el tiempo. Llama al médico, y llama también cuanto antes al sacerdote. Lo que estás haciendo es preparándole a morir cristianamente, con la seguridad de que luego te lo encontrarás de nuevo en la otra vida. Por el contrario si no lo haces, lo más seguro que Dios no encuentre a esa persona digna para entrar en el cielo; y a ti, que no le ayudaste en ese momento final, te lo tome en cuenta para cuando estés frente a Dios al final de tus días.